Caridad eficiente: trata a los demás...

Scott Alexander , 3 de septiembre del 2013 (Original: Efficient Charity - Do Unto Others…)

Traducción de Javier López Corpas y Cristina Rodríguez Doblado

N.B. Nótese que las estimaciones de costo-efectividad mencionadas en el artículo están desactualizadas a día de hoy. Puedes encontrar las cifras más recientes en la página de GiveWell.

Imagina que vas a emprender una peligrosa expedición por el Ártico con un presupuesto limitado. El dependiente de la tienda, un hombre mayor y canoso, niega con la cabeza apesadumbrado: no te puedes permitir todo lo que necesitas. Tendrás que comprar los artículos más esenciales y confiar en tu suerte. Pero ¿qué es lo esencial? ¿Deberías comprar la parka más abrigada, aunque eso signifique que no podrás permitirte un saco de dormir? ¿Deberías llevar comida para una semana más, por si acaso, aunque eso signifique partir sin un rifle? ¿O deberías comprar el rifle, no llevar alimentos y cazar tu comida?

¿Y qué hay de la guía de campo sobre las flores árticas? Te encantan las flores y sería muy duro para ti no poder apreciar el hostil pero delicado entorno que te rodea. Y, por supuesto, no puede faltar la cámara digital. Si vuelves con vida, tendrás que subir a Facebook las fotos de tu expedición al Ártico. ¡Y una bufanda de lana orgánica tejida a mano con auténticos patrones típicos de los inuit! ¡Genial!

Pero, claro, comprar cualquiera de estos últimos artículos sería una locura. El problema es lo que los economistas llaman «costes de oportunidad»: comprar una cosa cuesta un dinero que podrías usar para comprar otras. Una bufanda de marca tejida a mano puede resultarte útil en el Ártico, pero te costaría tanto dinero que te impediría comprar otros objetos mucho más importantes. Cuando tu vida está en juego, impresionar a tus amigos y comprar productos orgánicos pierden toda su importancia. Tienes una meta (seguir con vida) y tu único problema es cómo distribuir tus recursos para que tus probabilidades de sobrevivir sean lo más altas posible. Este tipo de conceptos económicos nos parecen muy naturales cuando nos enfrentamos a una travesía por la gélida tundra, pero no lo son tanto cuando tenemos que tomar una decisión sobre donaciones benéficas.

La mayoría de los donantes afirma que quiere «ayudar a los demás». En ese caso, deberían intentar distribuir sus recursos para echar una mano a tantas personas como puedan. La mayoría de ellos no lo hace. Animados por la campaña Buy A Brushstroke (Compra una pincelada), 11 000 británicos donaron un total de 550 000 libras para que el famoso cuadro «El Rigi azul» permaneciera en un museo del Reino Unido. Si, en lugar de eso, hubieran donado esas 550 000 libras para comprar mejores sistemas de saneamiento destinados a pueblos africanos, se cree que habrían evitado que unas 1200 personas murieran a causa de enfermedades, según las estadísticas más recientes. Cada donación por valor de 50 $ podría haber devuelto un año de vida normal a una persona de un país empobrecido aquejada de una enfermedad incapacitante, como la ceguera o una deformidad en las extremidades.

La mayoría de esos 11 000 donantes realmente quería ayudar a los demás garantizando el acceso al lienzo original de un cuadro hermoso. Si les preguntáramos a esos 11 000 donantes, la mayoría de ellos diría que las vidas de más de mil personas son más importantes que un cuadro bonito, tanto si es original como si no. Sin embargo, esos donantes no tenían los hábitos mentales adecuados para darse cuenta de que esa era la elección que se les planteaba. A consecuencia de ello, el cuadro sigue exhibiéndose en un museo británico y, en algún país empobrecido, murieron más de mil personas.

Si nuestra aspiración es «amar al prójimo como a nosotros mismos», debemos prestar tanta atención a maximizar el beneficio de los demás cuando donamos a una organización benéfica como la que prestamos a maximizar nuestro propio beneficio cuando elegimos qué comprar para nuestra expedición polar. Del mismo modo que no compraríamos un cuadro bonito para colgarlo de nuestro trineo en lugar de hacernos con una parka, deberíamos pensarnos si contribuir a que un cuadro famoso permanezca en nuestro país es preferible a salvar más de mil vidas.

No todas las decisiones en materia de caridad son tan simples como esa, pero muchas de ellas tienen una respuesta correcta. GiveWell.org, un sitio web que recopila e interpreta datos sobre la eficacia de las organizaciones benéficas, calcula que, por cada 5000 $ invertidos en antipalúdicos, se evita que un niño contraiga malaria (también llamada paludismo). Asimismo, estima que, por cada 500 $ invertidos en mosquiteras tratadas con insecticida, se consigue el mismo resultado. Si nuestro objetivo es salvar vidas de niños, donar mosquiteras en lugar de antipalúdicos es, objetivamente, la respuesta correcta, del mismo modo que lo es comprar una televisión de 500 $ en lugar de una idéntica de 5000 $. Dado que evitar que un niño contraiga una enfermedad diarreica cuesta 5000 $, donar a una organización que lucha contra la malaria en lugar de donar a una que lucha contra la diarrea es la respuesta correcta, a menos que los criterios que guíen nuestros donativos no tengan que ver con ayudar a niños.

Supongamos que los mejores exploradores del Ártico coinciden en que las tres cosas más importantes para sobrevivir allí son unas buenas botas, un buen abrigo y buena comida. Quizás hayan llevado a cabo estudios tremendamente inmorales en los que dejaban a su suerte a miles de personas en el Ártico con distintas combinaciones de ropa y provisiones, y hayan observado que sistemáticamente solo volvían con vida quienes tenían buenas botas, buenos abrigos y buena comida. Si tenemos esto en cuenta, solo hay una respuesta correcta a la pregunta «¿Qué debo llevarme si quiero sobrevivir?»: unas buenas botas, un buen abrigo y buena comida. Tus preferencias son irrelevantes. Puedes escoger otras cosas, pero solo si no te importa morir.

De la misma forma, la mejor organización benéfica es aquella que ayuda más al mayor número de personas por cada dólar donado. Esta definición es imprecisa, y depende de nosotros decidir si una organización benéfica que sube la nota de 40 niños en un punto por cada 100 $ donados ayuda más o menos que otras que, por el mismo dinero, evitan un caso mortal de tuberculosis o protegen 8 hectáreas de selva tropical. No podemos dejar la decisión en manos de otros. Si lo hacemos, nos arriesgamos a acabar como las 11 000 personas que, sin saberlo, decidieron que un cuadro bonito valía más que la vida de más de 1000 personas.

Decidir qué organización benéfica es la mejor es una tarea difícil. Puede parecer sencillo afirmar que un tipo de tratamiento contra la malaria es más eficaz que otro. Pero ¿cuál es la eficacia de esos tratamientos si los comparamos con la financiación de investigaciones médicas en las que puede que se descubra una «fórmula mágica» para curar esta enfermedad? ¿Y si comparamos esos tratamientos con financiar el desarrollo de un nuevo tipo de superordenador que pueda acelerar todas las investigaciones médicas? No hay una respuesta sencilla, pero debemos hacernos la pregunta.

¿Por qué no comparamos las organizaciones benéficas basándonos en sus gastos generales, una estadística fácil de encontrar que se puede aplicar de forma universal a todas las organizaciones? Esta solución es simple, elegante y errónea. Tener unos gastos generales elevados es solo uno de los aspectos en los que puede fallar una organización benéfica. Volvamos al ejemplo del explorador ártico. Ahora tiene que decidir entre una parka de 200 $ y una cámara digital que cuesta lo mismo. Imaginemos que al fabricante de la parka solo le cuesta 100 $ producirla y se queda con 100 $ de beneficio. Y que, en el caso de la cámara, al fabricante le cuesta 200 $ fabricarla y la vende a precio de coste. Esto habla bien de las cualidades morales del fabricante de la cámara, pero, si tiene que elegir, el explorador aun así debería escoger la parka. La cámara cumple una función inútil de forma muy eficiente y la parka cumple una función vital de forma ineficiente. Lo ideal sería que la parka se vendiera a precio de coste, pero, aunque no sea el caso, el explorador debería decantarse por la parka y no por la cámara. Lo mismo se aplica a las organizaciones benéficas. Una mosquitera contra la malaria que salva una vida por cada 500 $ y es distribuida por una organización benéfica con unos gastos generales del 50 % es mejor alternativa que los medicamentos antidiarreicos que salvan una vida por cada 5000 $ y son distribuidos por una organización con unos gastos generales del 0 %. Si donamos 10 000 $ a la organización que tiene unos gastos generales más elevados, salvaremos diez vidas. Sin embargo, si donamos esa misma cantidad a la organización con menos gastos generales, salvaremos dos vidas. En este caso, la opción correcta es donar a la organización benéfica que lucha contra la malaria y animarla a encontrar formas de reducir sus gastos generales. En cualquier caso, examinar las prácticas financieras de una organización benéfica es útil pero insuficiente a la hora de responder a la pregunta «¿Qué organización es la mejor?».

Así como solo una organización benéfica puede ser la mejor, solo una forma de donar a esa organización es la mejor. Trabajar de forma voluntaria, donar dinero o dar a conocer una organización benéfica es decisión nuestra, pero esa elección tiene consecuencias. Si un abogado de altos vuelos que gana 1000 $ la hora decide dedicar una hora a limpiar la basura de una playa, habrá desperdiciado la oportunidad de hacer una hora extra ese día, ganar 1000 $, donar ese dinero a una organización benéfica que pueda contratar a 100 personas en situación de pobreza por 10 $/hora para que limpien la playa y, de esta forma, recoger 100 veces más basura. Si su motivo para limpiar la playa era sentir la luz del sol, respirar aire fresco y disfrutar de la agradable sensación de contribuir personalmente a una causa, no hay problema. No obstante, si su objetivo real era ayudar a los demás adecentando la playa, entonces eligió una manera objetivamente equivocada de hacerlo. Y si quería ayudar a otras personas, a secas, escogió una forma muy equivocada de hacerlo, ya que 1000 $ podrían evitar que dos personas contrajeran malaria. A no ser que la basura recogida realmente valiera más que la vida de dos personas, habrá actuado de forma equivocada incluso según su sistema de valores.

Lo mismo se podría decir si su filantropía le hubiera llevado a trabajar a tiempo completo en una organización sin ánimo de lucro en lugar de matricularse en la facultad de Derecho para hacerse abogado y ganar 1000 $/hora. A menos que se trate de una organización sin ánimo de lucro ESPECTACULAR.

El historiador romano Salustio dijo de Catón que «prefirió ser bueno en vez de parecerlo». Desde luego, un abogado que deja su trabajo en un prestigioso bufete para trabajar en una organización sin ánimo de lucro parece buena persona. Aunque si convenimos en que alguien es «bueno» cuando ayuda a otras personas, entonces el abogado que sigue trabajando en su bufete, pero dona sus ganancias a organizaciones benéficas, está siguiendo los pasos de Catón: maximizar cuánto bien puede hacer, en lugar de maximizar lo bueno que parece.

Esta dicotomía entre ser bueno y parecerlo se aplica no solo a la imagen que damos ante los demás, sino a la que tenemos de nosotros mismos. Cuando donamos a una organización benéfica, uno de nuestros incentivos es la agradable sensación del trabajo bien hecho. Un abogado que pase el día recogiendo basura sentirá una conexión personal con su sacrificio y revivirá el recuerdo de lo bueno que es cada vez que él y sus amigos vuelvan a esa playa. Un abogado que trabaje horas extra y done dinero por internet para ayudar a huérfanos que se mueren de hambre en Rumanía puede que nunca sienta esa agradable sensación. Preocuparnos por esa sensación es, en el fondo, preocuparnos por parecer buenos en lugar de serlo, aunque sea ante nosotros mismos. No hay nada malo en donar a una organización benéfica por puro entretenimiento, si es lo que buscamos (seguramente donar dinero al Art Fund sea una manera más rápida de tener esa sensación agradable que ver una comedia romántica en el cine), pero la caridad que dan las personas que realmente quieren ser buenas y no simplemente parecerlo requiere más reflexión.

Es importante enfocar la caridad desde un punto de vista racional por los mismos motivos por los que es importante ser racionales al embarcarnos en la expedición ártica: requiere la misma conciencia de los costes de oportunidad y el mismo compromiso obstinado con el uso eficiente de los recursos. Y también puede ser una cuestión de vida o muerte. Visita el sitio web www.GiveWell.org y consulta sus excelentes recursos sobre cómo donar de manera eficaz.

 

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